jueves, 18 de junio de 2009

La Marea Verde: Twitteando desde Teherán.

Manifestantes en Irán denunciando el presunto fraude electoral en las calles de TeheránLas elecciones presidenciales del pasado viernes 12 de Junio supusieron un antes y un después en la relación de poder dentro de la República Islámica de Irán. De todos es conocido el talante reformista del ex presidente Khamenei, incluso el anterior presidente Rafasjani, tras su derrota por la mínima en 2005 frente al saliente Ahmadinejad le colocó en una vía de acercamiento al entorno reformista, en apoyo del candidato Mir Mussavi, el que fuera último Primer Ministro de Irán en los años 80.

Los hechos son difícilmente comprobables dada la total ausencia de observadores internacionales para unas elecciones en las que no hubo censo de votantes, el horario de los colegios fluctuó según la zona en la que uno se encontrara residiendo, se contara, en teoría, con una participación en el entorno al 80%, sólo comparable a la revolución de 1979, y una victoria en teoría aplastante del candidato a la reelección, a pesar de los problemas internos de gestión.

De lo que se trataba en las elecciones era de elegir entre un modelo, el de Ahmadinejad, que ha permitido que el problema del suelo y de la vivienda se convierta en un problema tan acuciante como lo es en nuestro vecino del sur. El estado iraní está en bancarrota, tan es así que se ha metido en un proceso de privatización de centenares de empresas hasta ahora públicas, con el consiguiente impacto en el desempleo, que no para de crecer. En un estado petrolífero, la mala gestión económica ha desgastado el gobierno de Ahmadinejad, quien se ha prodigado en descalificaciones públicas para tapar agujeros internos en Irán, usando las herramientas del régimen a su favor.

La oposición, liderada por Mussavi, ha desplegado su apoyo en las calles de Teheran y otras ciudades desde que se conocieron los resultados oficiales la noche del viernes. Donde se tardaban tres días en recontar los votos en un proceso totalmente manual, esta vez tardaron solo unas horas. El régimen ha reaccionado con un casi estado de emergencia, pero un elemento ha sido fundamental a la hora de convocar y transmitir novedades al exterior: Twitter. Las nuevas tecnologías, aún con reducido espacio de comunicación, han llevado la realidad del interior de Irán a miles de ordenadores del mundo, y así está sucediendo con las multitudinarias manifestaciones, como la del lunes pasado, que congregó en Teherán entre 1 y 2 millones de personas. Con la consigna permanente de que sean protestas pacíficas.

Con la prensa siendo expulsada la máxima de que la revolución no será televisada cobra fuerza. Nadie sabe cual es la posición que finalmente tomará el ejercito iraní, de momento en posición neutral, aunque existen fuerzas paramilitares suficientemente bien armadas como para que el goteo de muertos se vaya incrementando, así como el numero de detenciones, que ya acumula varios centenares. El consejo de la revolución, con el lider supremo Khatami, parece haber accedido a un recuento de los votos, insuficiente para la oposición pues consideran que el elemento central es que el pueblo iraní tenga la oportunidad de expresar su opinión sin restricciones.

La disyuntiva ahora para el régimen teocrático no es tanto si occidente u oriente, sino de si se va a permitir que, dentro del sistema, el pueblo pueda elegir verdaderamente entre más de una opcion, si va a triunfar un populismo que tape deficiencias internas o si se busca una gestión coherente y dedicada a dotar de mayores servicios y mayores opciones a expresar las criticas internas para un pueblo que en estos momentos tiene escasas capacidades de acceder al exterior, al mundo. Por eso el mundo debe ayudar. Una forma, sencilla, para burlar el bloqueo es que todas las cuentas del mundo cambien su zona horaria a Teherán. Para hacer prácticamente imposible la supresión por parte del régimen de los twiteadores iranies. Esta noche la marcha verde debe ser imparable, esta noche twitteamos desde Teherán.

17 Junio, 2009 escrito por Imanol Agirre.

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