Esta época que está mutando de forma tan traumática, la época del capitalismo globalizado, ha supuesto un envite de una profundidad inusitada contra todas las formas y contenidos, tanto institucionales como sociales, que supongan lazos colectivos.
Las dificultades de reproducción del capital frente a la interrelación de límites externos del sistema (la realidad biofísica) e internos (el aumento exponencial de la productividad), han generado, por una parte, la creación de una gran burbuja financiera, producto de la huida del capital productivo hacia el especulativo, y por otra la destrucción de las bases materiales de la subjetividad colectiva y su sustitución por una construcción artificial como escenario para una sociedad formada por “individuos móviles en espacios anónimos” (Brian Holmes) cuyos objetos de deseo, estética y afectos estén fabricados de acuerdo con la pautas del consumo y, por lo tanto, su coordinación social se estructure básicamente mediante las señales que emiten los precios.
Este mecanismo de hiperindividualización ya había sido descrito por Guettari en “cartografías esquizoanalíticas” cuando se refería al doble proceso de desterritorialización y reterritorialización artificial. El primero mediante la “destrucción de territorios sociales, identidades colectivas y sistemas de valores tradicionales” y el segundo mediante la “recomposición a través de medios artificiales de marcos individuales de personalidad, estructuras de poder y modelos de sumisión”.
La izquierda tradicional ha sido poco sensible a la consideración de la esfera de la subjetividad colectiva, tal vez porque ha identificado materialismo con visibilidad. Sin embargo una de las batallas sociales decisivas, tal vez incluso la más decisiva, se juega en este campo. La subjetividad colectiva, que está formada por todos los elementos que proporcionan cohesión social (códigos de comunicación, capital simbólico, normas motivacionales, reglas afectivas, etc), tiene como características esenciales la diversidad, la horizontalidad y el consenso básico. Es la esfera donde subyacen las claves de la espiritualidad y la estética colectiva.
La izquierda tradicional ha sido poco sensible a la consideración de la esfera de la subjetividad colectiva, tal vez porque ha identificado materialismo con visibilidad. Sin embargo una de las batallas sociales decisivas, tal vez incluso la más decisiva, se juega en este campo. La subjetividad colectiva, que está formada por todos los elementos que proporcionan cohesión social (códigos de comunicación, capital simbólico, normas motivacionales, reglas afectivas, etc), tiene como características esenciales la diversidad, la horizontalidad y el consenso básico. Es la esfera donde subyacen las claves de la espiritualidad y la estética colectiva.
Esta “cultura profunda”, este “sustrato consensuado” permite la fragmentación de marcos cognitivos enfrentados sin que pongan en peligro la convivencia porque tienen lugar en un “oikos” común. Esta subjetividad colectiva tiene como elementos estructurales la producción de sujetos colectivos, que incrementan la autonomía individual, la producción de espacios públicos referenciales y la producción de una “concepción fuerte” del tiempo mediante la ritualización de su ciclicidad: es la sede de los valores de uso frente a los valores de cambio; es la fortaleza de la sociedad frente al mercado; es el sustrato que permite la democracia y la ciudadanía y por lo tanto también la rebelión, la solidaridad e incluso la revuelta política contra el poder ilegítimo o desmesurado ya sea en una dimensión micro o macro de su ejercicio.
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