martes, 16 de junio de 2009

El andalucismo como resistencia (y III): ECOANDALUCISMO (El doble verde).

La tesis de estos artículos es muy simple: el andalucismo ha sido una ideología de resistencia, a contracorriente, durante estos últimos treinta años que se corresponden con la etapa del desarrollismo globalizado, por ser una opción política básicamente comunitarista, lo mismo que ha ocurrido con el ecologismo político en Andalucía. Hoy, en el contexto de un cambio de época, es necesario su refundación y ésta debe hacerse sobre un proyecto que dé respuesta a los problemas de Andalucía en el siglo XXI, mediante su fusión con los presupuestos teóricos del ecologismo político, de la izquierda democrática y progresista, del feminismo y de los movimientos antiglobalizadores.

El desierto es la metáfora de la soledad infinita, justamente el espacio opuesto que debe ocupar una opción política que representa la acción social comunicativa por definición. Cuando una fuerza política sufre una pérdida masiva de votos se dice que está en “una travesía del desierto” enfatizando el carácter coyuntural de esta situación. Esta travesía puede ser al menos de tres tipos: una etapa de castigo hasta que se “olviden” los errores cometidos; un deambular sin rumbo por haber perdido el norte (el sur, en nuestro caso) o el duro viaje desde un espacio político a otro más fértil.

El andalucismo político durante los últimos treinta años ha ocupado electoralmente, en la práctica y con carácter general, un espacio centrista, entre la socialdemocracia y el liberal – conservadurismo, no de una forma deliberada o teorizada sino arrastrado por la propia época, caracterizada por la restauración de la democracia, la instauración de la autonomía, la integración en la Unión Europea y, sobre todo, por el desarrollismo.

El andalucismo político pudo tal vez haberse convertido en una fuerza determinante por el impulso que proporcionó al innovar radicalmente la agenda política andaluza mediante la propuesta de una autonomía igual a la de las nacionalidades históricas tanto en la forma jurídica (vía del artículo 151) como en el fondo político (símbolos e identidad nacional andaluza a partir del legado de Blas Infante). Pero no ha sido así y no sólo por errores tácticos sino sobre todo porque no contó con el apoyo decidido de la burguesía andaluza ni de la clase media urbana que, encandilados por la ceguera del falso crecimiento, apostó por las opciones centralistas aunque pintadas, con más o menos intensidad, de verde y blanca, repitiendo una vez más una constante de nuestra historia.

El resultado de este posicionamiento electoral ha traído, a la larga, consecuencias nefastas. El andalucismo político se convirtió progresivamente en una fuerza bisagra, perdiendo contenido e ideas y ganando en personalismos y ambiciones, lo que desembocó en enfrentamientos entre líderes, incorporación de arribistas locales sin ideología alguna, desarrollo de políticas sin conexión con un proyecto político andalucista, incluso a veces opuestas, casos de corrupción y de transfugismos. El andalucismo, como formulación política, apenas lograba traducir a la política su visión comunitarista de la sociedad y naufragaba en la grasa del desarrollismo.

Para Andalucía, las consecuencias de la identificación del andalucismo con el centrismo, han sido, si cabe, peores, no porque éste fuese el causante directo de nuestros males sino porque desde esa posición no ha logrado cumplir su función política. Basta observar la realidad actuall: después de cerca de treinta años, la conciencia de Andalucía como Pueblo se está desvaneciendo; ha habido una enorme destrucción de nuestro patrimonio natural y simbólico; nuestra economía ha mostrado su debilidad ante la crisis con una tasa actual de paro cercana al 25% y ha ganado incluso en dependencia. Como botón de muestra de esto último, quiero recordar la pérdida de la sede social de empresas tan emblemáticas como Sevillana o ahora el Banco de Andalucía, que, por cierto, incluso ha pasado desapercibida.

La propia situación de la política autonómica ha vuelto a una realidad anterior al 28 – F: representación en el parlamento andaluz de partidos exclusivamente de ámbito estatal; pérdida, en la práctica, de las elecciones propias; ni siquiera debate en torno al traspaso de competencias sobre policía autonómica, que sido una de las cuestiones que ha marcado la diferencia real entre los niveles autonómicos; ausencia de representación específica en las Cortes Generales y en el Parlamento Europeo. Este retroceso ha afectado también y mucho a la propia calidad de nuestra democracia. Desde la despolitización de los electores y la escasa formación de nuestro representantes, hasta la ausencia de debate y de ideas, más allá de la pura teatralización electoral. El ejercicio del poder se ha convertido en una pura expresión narcisista sin horizonte para el cambio. En definitiva, parece que había mucho de efímero en los logros y al final del ciclo el balance, en el mejor de los casos, arroja saldo cero y negativo si se contabilizan los costes de oportunidad perdidos.

La crisis sistémica que nos asola ha fijado también con una enorme raya verde el final de esa etapa del andalucismo y la necesidad del inicio de una refundación no sólo de su organización, sino sobre todo de su paradigma, lo que sin duda también significa un nuevo espacio electoral. Así lo entendió el 93% de los delegados en el Congreso celebrado hace unos días al aprobar una ponencia política en la que se reformulaba por completo la ideología y la estrategia.

Nuestra travesía en el desierto es dura pero tiene un norte (o un sur): un nuevo espacio alternativo al sistema dependiente y desarrollista que representan los gestores de un sistema en crisis. El andalucismo tiene que, sin perder su carácter transversal, arraigarse en los sectores menos implicados en el sistema tanto por la autonomía de sus intereses como emocionalmente. Tiene que recuperar todo su potencial comunitarista y refundarse sobre todo por la aportación del ecologismo político con el que comparte una concepción “fuerte” del espacio y del tiempo. Del espacio como construcción social para la identidad y la organización económica de una sociedad que debe planificar el decrecimiento de consumos y residuos; del tiempo como conexión para la configuración de una comunidad solidaria con las generaciones futuras y de enraizamiento en las generaciones pasadas. Ambas corrientes de pensamiento pueden fundirse hoy en Andalucía sobre el protagonismo del territorio cultural como forma de devolver la conexión entre economía, naturaleza, sociedad y política.

En ningún momento debe inferirse que este espacio es minoritario. Basta observar el resultado de las elecciones europeas sobre todo en el arco atlántico. Dos son las opciones ascendentes: la mayoritaria, la que promete gestionar la crisis para volver a la situación de partida y la que se prepara para un futuro distinto, que si se aborda de forma civilizada puede ser mucho mejor que el pasado. Se trata de convertir en un proyecto político realista la negación de la actual esquizofrenia: cuando hablamos de la teoría casi todo el mundo coincide en la inviabilidad del actual estado de cosas, pero cuando se baja a la arena política sólo hay inmediatez, como si el tiempo hubiese dejado de existir como valor colectivo. Para conseguirlo hay que estirar la política para volverla a conectar tanto con la producción científica como con el lenguaje más popular y juvenil, hay que retomar tanto la rigurosidad de la técnica como la emoción que sale del corazón, del amor a Andalucía.

La crisis no sólo va a traer cambios radicales en la economía o en la política, sino también en la sociedad. La recesión está golpeando con enorme dureza a las capas más vulnerables de la sociedad: a los inmigrantes, a los mayores de 45 años, a los jóvenes que han salido al mercado de trabajo sin la cualificación necesaria, a los que tenían un contrato temporal, pero también a la clase media, a los pequeños empresarios, a los autónomos incluso a los profesionales liberales y a sus hijas e hijos. El andalucismo tiene que ofrecerles los elementos para la compresión de esta realidad que le es ocultada por los partidos del sistema. Sin una compresión de estas realidad, la frustración se cebará en las propias víctimas como si ellas mismas fuesen los culpables.

Pero sobre todo tiene que ofrecerles los instrumentos para enfrentarse a ellas: la reconstrucción de los vínculos comunitarios, destruidos por el desarrollismo; la unidad del Pueblo andaluz para reivindicar un reparto justo de los recursos públicos (financiación autonómica y local, deuda histórica, etc); una reconstrucción de nuestro tejido productivo sobre la base defensa de la autonomía energética renovable, del medio rural, de la comarcalización, de la tecnificación; la puesta en práctica de la renta social básica; la reforma educativa con la financiación necesaria; etc.

La fiesta del consumismo ha acabado aunque todavía queden rescoldos escandalosos. Es la hora de la responsabilidad para afrontar la crisis pero también para que no la paguen sus víctimas, sino los causantes de la misma. Para esta doble lectura de la responsabilidad vamos a enarbolar de nuevo la bandera del comunitarismo que para el Pueblo andaluz es de color verde.

Rafa Rodríguez.

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