lunes, 25 de mayo de 2009

Dios juega a los dados


Antonio Manuel


Estoy hecho de orden y caos. Desconozco la proporción ideal de uno y otro para alcanzar el equilibrio. Imagino que cada uno tendrá la suya. Yo he sobrevivido saltando de un extremo a otro del desfiladero que los separa. Sin red. Como un suicida. Hasta que a fuerza de caer al suelo, aprendí que la vida también puede ser la cuerda que los une. Ahora soy un funambulista inexperto que camina sobre ella, ni demasiado lento ni demasiado aprisa, basculando hacia el vacío cuando me siento seguro y viceversa.

En verdad, todo está hecho de orden y caos. Lo inmensamente grande y lo infinitamente pequeño. Por más que se empeñe la física clásica en encontrar una regla universal que lo explique todo, no hay más ley inderogable que la aceptación de su inexistencia. Y en eso consiste lo cuántico: en admitir la incertidumbre como certeza científica. Vivimos en un orden caótico. O en un caos ordenado. Menos en la política.

Poder y control son la misma cosa. Tiene poder quien condiciona o dirige la conducta de otro. Quien lo controla. Y porque lo azaroso está fuera de su control, repugna al político. Las sociedades dictatoriales o jeraquizadas lo eliminan físicamente: matan o excluyen al disidente y en paz. Las democracias formales son más sutiles. Disciplina de partido que garantice el pensamiento único. Leyes electorales que reduzcan las opciones al bipartidismo imperfecto. Un entramado mediático que no cuestione el sistema y obstaculice el acceso a la información de las minorías… Y sobre todo, una sociedad líquida, depresiva y acrítica.

Lo cuántico también deroga el principio de localidad por el que una hoja no se mueve si el aire no la empuja. Bell afirmó que dos partículas entrelazadas se comportan igual a distancia y sin intermediarios. No es que el vuelo de una mariposa en Sidney provoque una cadena de reacciones que termine con un terremoto en Madrid. No. Lo ha causado directamente ella. Eisntein ridiculizó el principio de no-localidad diciendo que “Dios no juega a los dados”. Pero el tiempo ha demostrado que el mundo físico real no es local. Y yo lo viví el otro día en Martín de la Jara (Sevilla). Me llamaron para compartir algunas de mis experiencias en participación ciudadana. Y me encontré con jóvenes y mayores sentados en círculo dispuestos a crear un espacio abierto al diálogo y a la acción cívica, sin afiliados, sin dirigentes, sin personalidad jurídica, ni más financiación que la de sus bolsillos. Exactamente igual que el Taller de ciudadanía que fue capaz de parar el PGOU de Almodóvar del Río.

No es casualidad: es cuántico. La gente ya no funda partidos para intervenir en política. No cree en sus certezas impuestas, ni en el rechazo al opuesto. Prefiere generar espacios libres e inclusivos. Donde quepan todos. Incluido el caos. Como la Junta Liberalista de Blas Infante. O el propio Paralelo 36. Políticas espaciales que ocupen el inmenso agujero negro que distancia la masa de la partitocracia. Políticas cuánticas especialmente adaptadas al ámbito de lo pequeño, al barrio, al municipio, a la comarca. Zonas intermedias que sirvan de enlace entre el ciudadano que dejó de ser habitante y el partido que dejó de ser excluyente.
El partido que gobierna en La Jara ya ha manifestado su disconformidad con el proyecto. Porque no lo controla. Decía Galton que “cuánto más enorme sea la muchedumbre, más perfecto resulta ser su gobierno”. Pero añadía con esperanza: “allí donde queda una amplia muestra de elementos caóticos, late una forma de regularidad insospechada y extremadamente hermosa”.

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