lunes, 13 de julio de 2009

¿LO VAMOS A CONSENTIR?

La negociación del nuevo modelo de financiación autonómica entre dos interlocutores, Cataluña y el Estado, y la conversión en meros espectadores pasivos del resto de las Comunidades es el resultado de un largo proceso de desmantelamiento de la igualdad territorial entre las CCAA que lideró Andalucía poner en práctica la vía prevista en el artículo 151 de la Constitución española.

El resurgimiento del andalucismo político durante la transición a la democracia obligó a poner en la agenda política la existencia de Andalucía como un territorio histórico con una cultura diferenciada y, por lo tanto, con los mismos derechos que las llamadas nacionalidades históricas.

Descubrimos a Blas Infante y la lucha de los andalucistas históricos por el Estatuto andaluz en el marco de la Constitución de 1931 y, a través de ellos, nuestra cultura y nuestra historia, ocultada, manipulada y negada. El Pueblo andaluz recuperó el orgullo y la autoestima frente a los tópicos que pretendían convertirnos en un Pueblo sumiso y acomplejado. El andalucismo se convirtió un una bandera de rebeldía y de entusiasmo y fue capaz de generar tanta energía que convirtió un resquicio constitucional (la vía a la autonomía por el artículo 151) en una brecha con la que destruir los planes de los partidos centralistas de un Estado con dos niveles de autonomía y además se llevó no sólo por delante al Gobierno que lo defendió en las urnas sino al propio partido que lo sustentaba, la UCD.

Sin embargo, este proceso ha ido perdiendo fuerza tanto como modelo de Estado como en el interior de Andalucía, ámbitos que se intercomunican. El andalucismo es un nacionalismo de los pobres, de los de abajo, y estos cuarenta años de desarrollismo han traído demasiada confusión que ahora estamos pagando en forma de paro, destrucción medioambiental, cultural y social, y de pérdida de poder.

El 28 de febrero exigía un modelo federal cooperativo para el Estado como estructura política territorial, contra el que se aliaron en la práctica tanto los nacionalismos “ricos” como los partidos centralistas. Este modelo se ha frustrado por la falta de reformas necesarias para construir un sistema coherente entre los cuatros grandes niveles político – administrativos (Unión Europea, Estado Español, CC.AA. y Administración local) que navegan a la deriva a pesar de que la crisis urge su racionalización. Ni siquiera reformas exigidas por la propia Constitución como la conversión del Senado en cámara de representación territorial se han llevado a cabo. Es más, las reformas de los Estatutos ha sido una cortina de humo para sacar de la melé a Cataluña, como ahora se está demostrando.

En el interior de Andalucía, el proceso de anulación de las consecuencias del 28 – f comenzaron por la apropiación de los símbolos andalucistas por los partidos centralistas, el “achicamiento” de espacios para el andalucismo con el objetivo de convertirlo en un partido bisagra, la eliminación en la práctica de las elecciones propias, la conversión del electorado andaluz en campo de batalla electoral para el Gobierno central (sumisión o enfrentamiento según la coincidencia o no del gobierno autonómico y central), la consolidación del bipartidismo con la consiguiente pérdida de identidad política y, sobre todo, la instauración de un régimen clientelar que ha desvitalizado por completo a nuestra sociedad mediante la implantación reticular de un sistema de castigos y premios a través de las distintas Administraciones y sus prolongaciones.

Ahora nos enfrentamos a sus consecuencias. En plena crisis, con la mayor tasa de paro (25%), los recursos del Estado están siendo negociados exclusivamente con Cataluña, que, lógicamente, sólo defiende sus intereses. El País Vasco y Navarra ya cuentan con un régimen de financiación privilegiado al que se suma ahora, con otro ropaje jurídico, Cataluña. Todas ellas están formando el club de los privilegiados porque existen como entidades políticas diferenciadas y tienen el consiguiente peso político en el Estado. Las demás Comunidades Autónomas pertenecemos a los sin voz y Andalucía también a las del paro.

No importa que se hayan infringido todas las formas sobre la igualdad territorial; no importa que el sistema haya perdido su coherencia técnica en aras de la negociación política a pesar de encontrarnos en una situación de grave crisis que exige un esfuerzo de racionalidad; no importa que las cifras canten por si solas haciendo inútil cualquier esfuerzo de maquillaje, aunque se sumen ingresos provenientes de la inversión del Estado y otras de diversa naturaleza; no importa que el sistema olvide la cohesión territorial y premie a los que más tienen. No importa que para ello la información a las Comunidades “pasivas” haya llegado en un humillante último minuto. Los escasos diputados de Ezquerra le han sido más útiles a Cataluña que los 60 diputados andaluces del PSOE y del PP. Por eso Cataluña ha ganado a costa de la gran perdedora, política y econonómicamente, Andalucía,

Sin la suficiente conciencia de nuestra propia existencia como entidad política y sin identidad política que nos diferencie de nada nos sirve ser la Comunidad más numerosa. Andalucía y todos los andaluces y andaluzas estamos asistiendo a este espectáculo de sumisión, con impotencia o simulando indiferencia. Por eso hoy más que nunca es necesaria la resistencia andalucista. La resistencia de los perplejos que aún nos preguntamos: ¿Lo vamos a consentir?.

Rafa Rodríguez.

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