lunes, 6 de julio de 2009

Ilegales


Antonio Manuel
El posmodernismo de la movida dilapidó la libertad conseguida a jirones durante el tardofranquismo y la transición. Fuimos tan libres que nos permitimos el lujo de arrojar la libertad a la basura y a quienes se dejaron la piel para que pudiéramos malgastarla. Siniestro Total vestían con camisetas nazis para insultar a musulmanes o incitar a matanzas de hippies. El vocalista de Glutamato Ye-Yé lucía un bigote hitleriano para cantar que los negritos morían de hambre y frío. Los Kortatu arengaban el terrorismo etarra disfrazados de ertzainas potencialmente asesinables. Ilegales llamaban simpáticos a los nazis y presumían de serlo… Y todo aquello nos parecía moderno y divertido. Esos fueron los mágicos ochenta, elevados al rango de vanguardia por el lobby de opinión afín al poder de entonces y ahora. Los mismos que hoy llamarían fascista a quien dijera la mitad de lo que entonces aplaudían alegremente.

El paro bajó por segundo mes consecutivo. Enhorabuena a los premiados. Y a los que se niegan a ver más allá de la burda mentira de las estadísticas. El empleo ha crecido en los sectores más damnificados hasta ahora: turismo y construcción. ¿Por qué? De un lado, los miedos anexos a toda crisis han retrasado y concentrado a la vez las contrataciones estivales. De otro, el plan E ha recolocado a los parados del ladrillo en obras municipales, en su mayoría inútiles y coyunturales. Los recién contratados en ambos sectores volverán al INEM en breve espacio de tiempo, sin que el contexto económico haya cambiado un átomo. Todo lo contrario. La producción industrial ha caído en picado en los últimos meses. Los expedientes de regulación de empleo se contagian con mayor rapidez y virulencia que la gripe A. Los empresarios de la construcción han hecho público su malestar con el Gobierno por la ausencia de un modelo estable de producción que les asegure su futuro y el de sus empleados. Los sindicatos callan para defender a los suyos: los que todavía trabajan, no los parados. Cuando termine el año, la cifra de desempleados crecerá de una manera escalofriante, así como el tamaño de sus dos agujeros negros: más de un millón de familias sin ingresos, y cerca de un 40% de inmigrantes sin ocupación de ninguna clase.
A propuesta personal de Berlusconi, el Parlamento italiano ha aprobado una ley que considera delito la inmigración clandestina y legaliza las rondas nocturnas de los ciudadanos. Quien hospede a un inmigrante sin papeles se le condenará a tres años de cárcel. No creo que muchos quieran correr ese riesgo. El inmigrante podrá ser retenido durante seis meses antes de su expulsión. Y para registrar a un recién nacido, los padres extranjeros deberán acreditar su permiso de residencia, lo que provocará que muchos niños nazcan apátridas, invisibles e ilegales. Francia y Grecia caminan hacia esa misma dirección de una manera más sibilina pero igual de indigna. Y España también. Quizá por Navidad la gente vuelva a cantar a los Ilegales y demás grupos infumables de los ochenta. Pero esta vez ni ellos ni yo nos lo tomaremos a broma.

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