Antonio Manuel
No sonreía. Nunca. El profesor de educación especial le enseñó a disimular su incapacidad extrovertiva arrugando el pómulo. Lo hacía de forma mecánica y aleatoria. Rara vez la mueca coincidía con alguna causa racional que la justificase. Qué más da. Para el espectador, el niño parecía feliz porque parecía sonreir. Y la verdad es que ya lo era aunque jamás hubiese desarrollado esta habilidad hipócrita. Todo lo contrario ocurría con su inteligencia. El niño resolvía puzzles de mil piezas en un par de minutos. Hallaba la tesela central y lo componía de dentro afuera, a toda velocidad, como si estuviera rebobinando una película. Pero no era listo. Su profesor invirtió el curso completo en enseñarle a escribir las vocales. Sin éxito.
Rodríguez Zapatero sonríe de una manera parecida y también ha compuesto el puzzle geopolítico de España ocupando el centro y luego la periferia. Aznar alcanzó el poder central fagocitando todas las opciones conservadoras bajo una marca blanca sin descripción ideológica: los restos de la UCD y CDS, la democracia cristiana, liberales, el nacionalcatolicismo y nostálgicos de ultraderecha. A todos ellos sumó en las elecciones una amplia franja de desubicados, abstencionistas y descontentos con el régimen felipista. Parecía moderado. Centrado y centrista. Logró la ansiada concertación social tras la huelga general. Pactó con CiU y PNV. Y ganó. Dos veces. Pero ni con mayoría absoluta, o precisamente porque con ella reveló su verdadera esencia, consiguió el poder de los márgenes territoriales de la península. Zapatero sí. Primero ocupó el centro con una estrategia bélica muy similar a la de Aznar. En lugar de unir formalmente a la izquierda como en los tiempos de Frutos y Almunia, demonizó a los populares hasta generar un bloque tácito de oposición. Todos contra los populares. Y todos picaron el anzuelo.
Mayor aún ha sido el mérito de Zapatero al conquistar las afueras. Cada pieza con una táctica ideológica diferente. Opuestas entre sí. En Cataluña gobierna con la izquierda republicana, radical y separatista. En Euskadi con el apoyo incondicionado de sus enemigos naturales del PP. En un caso con aliados independentistas, y en el otro con españolistas. Agua y aceite. Pero el mismo partido y el mismo poder. El que perdió Galicia por una gestión suicida de su imagen pública. Y el que no perderá Andalucía. La pieza clave. Matemáticamente imprescindible para ganar en Madrid. Veinte años de solapamiento electoral han conseguido eliminar el único factor de riesgo para su derrota: el pluralismo político. En Andalucía no hay tercero. Y sin él, no hay alternativa.
Pero las cosas están cambiando. Por primera vez en mucho tiempo, Zapatero ha perdido el bloque tácito de oposición en el Congreso. Todos en contra y arruga el pómulo. Se le va de las manos el Gobierno y arruga el pómulo. Se le va de las manos la economía y arruga el pómulo. Parece que es feliz porque parece que sonríe. Como un autista. A fin de cuentas, siguen siendo suyas las piezas más importantes del puzzle. Por ahora.
Rodríguez Zapatero sonríe de una manera parecida y también ha compuesto el puzzle geopolítico de España ocupando el centro y luego la periferia. Aznar alcanzó el poder central fagocitando todas las opciones conservadoras bajo una marca blanca sin descripción ideológica: los restos de la UCD y CDS, la democracia cristiana, liberales, el nacionalcatolicismo y nostálgicos de ultraderecha. A todos ellos sumó en las elecciones una amplia franja de desubicados, abstencionistas y descontentos con el régimen felipista. Parecía moderado. Centrado y centrista. Logró la ansiada concertación social tras la huelga general. Pactó con CiU y PNV. Y ganó. Dos veces. Pero ni con mayoría absoluta, o precisamente porque con ella reveló su verdadera esencia, consiguió el poder de los márgenes territoriales de la península. Zapatero sí. Primero ocupó el centro con una estrategia bélica muy similar a la de Aznar. En lugar de unir formalmente a la izquierda como en los tiempos de Frutos y Almunia, demonizó a los populares hasta generar un bloque tácito de oposición. Todos contra los populares. Y todos picaron el anzuelo.
Mayor aún ha sido el mérito de Zapatero al conquistar las afueras. Cada pieza con una táctica ideológica diferente. Opuestas entre sí. En Cataluña gobierna con la izquierda republicana, radical y separatista. En Euskadi con el apoyo incondicionado de sus enemigos naturales del PP. En un caso con aliados independentistas, y en el otro con españolistas. Agua y aceite. Pero el mismo partido y el mismo poder. El que perdió Galicia por una gestión suicida de su imagen pública. Y el que no perderá Andalucía. La pieza clave. Matemáticamente imprescindible para ganar en Madrid. Veinte años de solapamiento electoral han conseguido eliminar el único factor de riesgo para su derrota: el pluralismo político. En Andalucía no hay tercero. Y sin él, no hay alternativa.
Pero las cosas están cambiando. Por primera vez en mucho tiempo, Zapatero ha perdido el bloque tácito de oposición en el Congreso. Todos en contra y arruga el pómulo. Se le va de las manos el Gobierno y arruga el pómulo. Se le va de las manos la economía y arruga el pómulo. Parece que es feliz porque parece que sonríe. Como un autista. A fin de cuentas, siguen siendo suyas las piezas más importantes del puzzle. Por ahora.
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