Antonio Manuel
Publicado en El Día de Córdoba 8/03/2009
La palabra es un acuerdo colectivo sobre el nombre de una cosa que ya existía antes de la palabra. En consecuencia, una perfecta comunicación exige que los usuarios de un idioma suscriban el mismo convenio marco. Si alguien me pide agua y yo le lleno un vaso del grifo que él termina bebiendo, será porque ambos dimos por bueno el mismo concepto de agua. Pero si la rechaza y me la pide embotellada, será porque el otro se somete a un convenio semántico diferente al mío. Para evitar estos conflictos con palabras mayores como economía o democracia, los empresarios del lenguaje derogan de hecho los diccionarios con el colaboracionismo de los usuarios. Repiten y repiten el significado incierto hasta hacernos creer que sólo existe el agua embotellada y que el agua del grifo no es agua.
¿Y qué democracia? ¿La que han secuestrado los partidos políticos? ¿Las multinacionales? ¿Los bancos? No. Esta democracia no es la democracia. Es sólo una parte de ella (representativa) que ha fagocitado a la otra (directa), igual que clinex hizo con los pañuelos de papel. Y ni siquiera eso. La democracia representativa no es democracia en sí misma, sino una mera herramienta de delegación y ejercicio del poder popular. Los parlamentos deber ser fiel espejo del pueblo soberano al que representan. Y no lo son. Como tampoco las palabras son espejo de lo que verdaderamente significan. Decía Céline que nunca se desconfía bastante de las palabras. Mi utopía política consiste en confiar al menos en la palabra democracia.
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