lunes, 2 de febrero de 2009

Las últimas banderas





















Antonio Manuel

Ella le acerca su ropa limpia y doblada al cuarto de baño. Le pone la mesa. Y le abre las piernas. Para que su marido no le grite. Él le acerca un informe a su jefe y le sonríe a pesar de no compartir su contenido. Ni su halitosis. Para que no le despida. Ellos pertenecen a una peña y aceptan las condiciones injustas que les impone la administración para realizar sus actividades. Acuden con desgana a una exposición que organiza la concejalía de cultura. Para no perder una subvención. Ellas pertenecen a un partido político que defiende justo lo contrario de lo que practican sus dirigentes. Pero les aplauden en sus mítines para ser candidatas. Él es libre. Y escribe contra la opresión del marido, del jefe, de la administración y del partido. Pero está solo. Nadie lo apoya. Ni siquiera la mujer, ni el trabajador, ni los peñistas, ni los militantes a los que defiende. Todo lo contrario. Le atacan.

Un régimen opresor triunfa cuando normaliza la autocensura. Cuando calla la mujer. Y el trabajador. Y el ciudadano. Al principio, por temor a la represalia. Luego, eliminada la disidencia, porque acepta como inalterable y sin alternativa el decorado social, cultural o político que le han impuesto. Si alguno clama ante la injusticia, la masa lo acusa de social traición. Algo habrá hecho. Nuestra democracia recién parida y corrompida ha demostrado sobradamente su incompetencia para curar estas enfermedades sociales. No hay espacios comunes para la disidencia. Ni mecanismos jurídicos ni políticos de defensa. La justicia es lenta y costosa para el suicida que quiera enfrentarse a titulo individual contra el poder. Los defensores del pueblo carecen de armas coercitivas para obligar a las administraciones a hacer lo que es justo. Como mucho las declara “entidades entorpecedoras de la justicia”. Pero estas noticias tampoco salen en los telediarios ni en los programas del corazón.

La sociedad necesita con urgencia la creación de estos espacios de encuentro que escapen al control del poder y de la manipulación de los partidos políticos. Talleres de ciudadanía. Sin estructuras jerárquicas. Ni directivos. Ni militantes. Ni financiación parasitaria. Y mientras más fuertes sean, menos echarán de menos los ridículos inventos de participación ciudadana con los que nos castiga esta dictadura partitocrática.

Hace unos años el Taller de ciudadanía de Almodóvar del Río consiguió de hecho parar un PGOU desquiciado que preveía la construcción del Aljarafe cordobés a la altura de Villarrubia. El tiempo lo ha cargado de razón. La zona parece hoy la postal de un bombardeo. Banderas descosidas y rotas. Y edificios a medio terminar. Gracias a la actitud valiente del taller, las secuelas de la crisis no afectaron a las personas ni al entorno de su pueblo. El mismo que concedió el poder a una alcaldesa de IU declarada “entidad entorpecedora de la justicia”, que practica todo lo contrario de lo que pregonan los dirigentes que la apoyan con su presencia, y que castiga con el desprecio social a quien levanta la bandera de la disidencia.

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